Mientras subíamos Monserrate, Emilio y yo hablábamos sobre montañismo.
“Subes una montaña solo para bajarla.” - le dije a mi amigo.
No hay un propósito más allá del esfuerzo mismo. Desde fuera, parece inútil. Pero en el fondo, hay una búsqueda de la belleza.
Recordé algo que escuché en el podcast afueradentro. Jorge Caraballo hablaba con Carolina Chavate sobre Michael Jordan, cómo él lanzaba una pelota a una canasta con una precisión casi divina. Saltaba, se suspendía en el aire, y el balón entraba con elegancia al aro.
¿Para qué? Para sumar puntos en un juego. Desde una mirada pragmática, es inútil. Y, sin embargo, es hermoso.
En el montañismo, el baloncesto y tantas otras cosas humanas hay una obsesión por la técnica. No basta con hacer algo, queremos hacerlo bien, con maestría, acercándonos a la belleza.
Un montañista afina cada paso, cada respiración. Un basquetbolista repite miles de tiros hasta encontrar la curva perfecta. En la búsqueda de la perfección, aparece la belleza.
Nuccio Ordine en La utilidad de lo inútil dice que hay saberes y prácticas que no buscan un beneficio inmediato, pero que sin ellas la vida sería más pobre. Recordé de uno de esos libros que me marcó, pues pude balancear mi búsqueda de lo productivo.
La tensión entre inutilidad y productividad, fue lo que me hizo pensar en por qué me muevo. Alguien podría objetar que los deportistas entrenan porque ven una utilidad en ello: ganar campeonatos, superar marcas, hacer carrera.
Pero la utilidad no es lo que los hace trascender. Lo que nos deja sin aliento es la perfección del movimiento, la manera en que el cuerpo alcanza un nivel casi artístico. Hay algo profundamente humano en el deseo por refinar un gesto hasta convertirlo en belleza.
Tal vez lo inútil es lo más necesario: lo que nos permite elevarnos por un instante, como Jordan en un tiro en suspensión, o como un montañista mueve su cuerpo hasta la cima.