Llevo varios meses sin alimentar a un algoritmo pegajoso. Mantenía mi pulgar derecho scrolleando la pantalla sin cesar, mis ojos no se despegaban del celular. Durante años fue intensa la manera en que me la pasaba viendo Instagram. En promedio podía pasar 2 horas ahí y abría la aplicación más de 50 veces diariamente.
En la era de la atención se optimiza para aumentar la retención de los usuarios.
Cuantos más minutos estemos pegados, mejor será el rendimiento de la publicidad que nos muestran. Imagine la pantalla de su celular cubierta por una capa de miel. Cuanto más espesa es la miel, más tiempo permanece en la superficie a la que se adhiere, atrapando lo que entra en contacto con ella.
Los contenidos en Instagram en forma de reels, historias y posts, tienen cierta cantidad de pegamento. Una buena tasa de retención es como esa miel: atrae a los usuarios y los pega al contenido. Manteniéndolos más tiempo interactuando y regresando por más. Si la miel es muy líquida, se escurre fácilmente. Por el contrario, si es espesa y dulce, volvemos por más.
A medida que uno se embadurna de esa miel, el algoritmo aprende el tipo de miel que retiene mejor a nuestros dedos sobre la pantalla. Untándonos el pulgar hasta terminar con las manos cubiertas. El algoritmo nos dispensa gratuitamente miel, espesa y dulce. Sin darnos cuenta se exprime nuestra atención para convertirla en miel para otros.
Si no pagamos por el producto, somos el producto.
Si no pagamos por la miel, somos miel para alguien más.
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