En una aldea tranquila rodeada por montañas en Shirakawa-go, vivía un joven llamado Akira.
Aunque era trabajador y querido en su vereda, había una parte de su vida que siempre descuidaba: su hogar. La casa de Akira estaba desordenada, con objetos tirados en el suelo, platos apilados en la cocina y una sensación de caos que lo rodeaba. No le prestaba mucha atención, pues pensaba, “es solo una casa”.
Un día, una anciana pasó por su hogar y vio la puerta entreabierta. La anciana, conocida por su sabiduría, decidió entrar y observar. Al ver el desorden, no pudo evitar preocuparse. Cuando Akira regresó después de la jornada de trabajo, la encontró sentada en su jardín, esperando.
“Joven Akira”
, dijo la anciana con voz suave pero firme, “¿por qué permites que tu hogar viva en tal desorden?”
Akira, un poco avergonzado pero acostumbrado al estado de su casa, respondió:
Es solo una casa. No tiene importancia. Mi vida está fuera de estas paredes.
La anciana, con una sonrisa cálida, negó con la cabeza.
No es solo una casa, Akira. Un hogar es un reflejo de tu corazón. Así como las plantas se nutren de la tierra arada y los ríos fluyen cuando están despejados, el orden en tu entorno permite que tu interior esté en paz.
Akira respondió:
Pero el orden de la naturaleza, es algo que cuida de sí mismo, no he visto a ningún animal organizando su cama. Ellos salen a la montaña a vivir, así como yo voy a trabajar.
A lo que la anciana replicó:
El desorden no es solo lo que ves afuera, sino lo que sientes adentro. Si quieres vivir una vida plena, primero debes aprender a cuidar lo que te rodea.
Akira quedó pensativo, las palabras de la anciana movieron algo dentro de su ser. “El desorden externo puede ser una señal de que algo en tu interior también necesita atención”.
Esa noche, al observar el caos a su alrededor, empezó a preguntarse si todo ese desorden exterior no reflejaba algo más profundo. Se dio cuenta de que, aunque trabajaba duro en el campo y era un buen amigo para los demás, no prestaba atención a su espacio interior.
Al día siguiente, decidió comenzar un cambio.
Se levantó temprano, y en lugar de salir directamente a trabajar, se dedicó a limpiar su habitación. Al principio fue difícil, cada rincón parecía contener años de descuido. Pero mientras ordenaba los libros, limpiaba el polvo de las ventanas y organizaba sus herramientas, algo empezó a cambiar en él. Sentía una extraña calma, como si cada objeto que volvía a su lugar le diera un poco más de claridad mental.
Con cada día que pasaba, el acto de mantener su hogar en orden se volvió una práctica consciente.
No se trataba solo de limpiar o acomodar, sino de cultivar el orden por el lugar que llamaba hogar y donde habitaba su corazón. Pronto, comenzó a notar los efectos de este cambio en otras áreas de su vida. Se despertaba más temprano, descansaba mejor, y sus pensamientos ya no estaban tan dispersos.
Una mañana, mientras recogía las últimas hojas del jardín, la misma anciana apareció nuevamente. “Veo que has transformado tu hogar”
, dijo, observando el espacio limpio y ordenado.
Akira sonrió.
Lo he hecho. Al principio, pensé que solo estaba limpiando mi casa, pero pronto me di cuenta de que también estaba limpiando mi mente. Mi corazón se siente más ligero y mi vida más plena.
La anciana asintió.
El orden no es solo una cuestión de disciplina, Akira. Es una forma de honrar lo que te rodea. Cuando mantienes tu espacio en armonía, creas espacio en tu interior para nuevas oportunidades, para la paz y para la claridad del corazón.
Desde entonces, Akira no solo mantuvo su hogar en orden, sino que también comenzó a aplicar el valor de la disciplina en todo lo que hacía.
Su trabajo mejoró, sus relaciones se volvieron más profundas y el respeto que sentía por sí mismo creció con cada pequeño acto de cuidado hacia su entorno. Había aprendido que el orden externo no era una simple tarea, sino una práctica de vida que reflejaba disciplina y amor propio.
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Este texto lo pensé como un giro a una película que vimos en el Cine Foro “Películas para el despertar”. Hace unos meses disfrutamos la película japonesa Perfect Days, quise cambiar al señor Hirayama, por un joven campesino. Imaginando la manera en que él aprendió a hacer así de organizado. Quien recibe el mensaje es el joven Akira. Sustituí a la ajetreada Tokyo por las apartadas montañas de Shirakawa-go. La voz de la sabiduría era una anciana sin nombre, inspirado en la señora que aparecía en las escenas de madrugada.